¿Nos pone Dios a prueba?

Kailash Singh, probablemente el hombre más oloroso del mundo, cumplió 65 años llevando a cuestas 38 sin bañarse. ¿Por qué? Porque tenía siete hijas y quería tener un hijo varón. Era tan grande su deseo que consultó con un sacerdote de su religión. Este le profetizó que su deseo le sería concedido si cumplía la promesa de no volver a bañarse.

¿Qué clase de consejo religioso fue ese? ¿Qué propósito tendría un dios de enviar tal mensaje a un hombre que buscara su ayuda? ¿Quién en su sano juicio desearía que alguien no se bañara nunca más? ¿Qué mujer desearía tener relaciones sexuales con alguien que no se baña? ¿Es ese un requisito para que Dios bendiga a quienes quieren tener hijos?

En fin, desde 1974 Kailash aceptó a pie juntillas dicho consejo. Pasó todo el tiempo acumulando mugre y esperando la respuesta del dios Shiva. Aunque maloliente, decía sentirse feliz y más convencido que nunca de estar haciendo la voluntad de Dios, y que, si este no le concedía su deseo en esta vida, tal vez se lo concediera en otra (refiriéndose a una reencarnación).

¿No crees que 38 años fue más que suficiente como para que Kailash demostrara que era un hombre de palabra? ¿Cómo crees que influyeron sus creencias en el concepto que sus vecinos tenían de Dios, quizás preguntándose cuántos años tiene que poner a Dios a prueba una persona antes de recibir respuesta a sus oraciones? ¿Es así realmente como Dios prueba la lealtad de las personas?

Viendo que Kailash había cumplido con su parte del trato, y que, a pesar de todo, su oración no fue contestada, ¿alguien se preguntó alguna vez si aquel sacerdote realmente le había transmitido un mensaje verdadero?

Y ¿qué hay de sus parientes? ¿No abrigarían al menos una leve sospecha de que tal sacerdote no era realmente un profeta? Por ejemplo, en términos prácticos y sin ánimo de criticar, ¿acaso permanecer sin bañarse haría que, con el tiempo, su esposa se sintiera más atraída a él, es decir, para unirse a él íntimamente e intentar tener más hijos? Más importante aún: ¿Por qué nunca se le ocurrió a Kailash buscar una segunda opinión? ¿Dónde sacó la idea de que, si no se le cumplía en esta vida, se le cumpliría en la otra, en la que no sería raro que le exigieran que siga sin bañarse? ¿Cuántas vidas se requieren para tener un hijo varón?

Bueno, es evidente que Kailash no se basó en la Biblia. Si lo hubiera hecho, seguramente se hubiera enterado de que el Dios verdadero no pone a prueba a nadie con cosas malas. (Santiago 1:13) Dios es amor, y ningún padre amoroso actuaría de esa manera. Dios no tiene ninguna intención de hacernos sufrir. El que Dios nos cause dolor y sufrimiento es un concepto torcido, producto de una mala interpretación de los hombres. De hecho, entre los mandamientos que Dios entregó a Moisés se exigía a los israelitas que no dejaran sus cuerpos desaseados, sobre todo en lo relacionado con el sexo. (Levítico 15:18)

Sin embargo, si lo juzga necesario, Dios puede poner a prueba a sus fieles. Pero deja claro que no lo hace con cosas malas, sino con cosas buenas. El problema es que a nuestros ojos, a veces lo bueno podría parecernos malo a simple vista.

Pongamos un ejemplo. El médico nos recomienda una cucharada de un polvo que primero debemos diluir en cierta cantidad de agua. Cuando lo bebemos por primera, por segunda y por tercera vez tal vez nos dé asco. Pero cuando poco a poco notamos que la enfermedad va cediendo, sintiéndonos bien, recomendamos el polvo a nuestros amigos.

Otro ejemplo es el de los bloqueadores solares. A uno le podría dar asco frotarse todo el cuerpo con una substancia pegajosa y dejarla allí casi todo el día. Pero sabe que, si lo hace, protegerá su piel de los dañinos rayos ultravioleta.

Esas no son pruebas de parte de Dios, sino solo ejemplos para entender entender cómo Él podría ponernos a prueba con cosas buenas, o beneficiosas. Veamos un caso de la Biblia.

Cierto militar de alto rango contrajo una enfermedad horrible que ningún médico podía curar. Su país había vencido y hecho cautivos a sus enemigos de un país lejano, entre ellos, a una niña a la que él colocó de sirvienta en su casa. El hombre se lamentaba mucho de su situación. Estaba desesperado. Entonces, la niña le habló de un profeta que había en su tierra, que podría curarlo de su enfermedad. El orgulloso militar se dirigió al país de la niña, suponiendo que el profeta lo atendería de inmediato y lo acogería con alabanzas y toda clase de honores, dándole la mejor atención.

Pero cuando llegó a la casa del profeta, este no salió a saludarlo. Sencillamente envió a su sirviente con un mensaje simple: que se bañara siete veces en el río. No dijo que pensara que estuviera sucio. En realidad, no le dio ninguna explicación. Dios solo estaba poniendo a prueba su sinceridad.

Lamentablemente, el militar lo tomó mal. Se ofendió mucho. Dio la media vuelta, furioso, para regresar a su país. No podía soportar lo tonto que fue por creerle a una niña. Seguramente la trataría muy mal cuando regresara. Sin embargo, sus siervos lo ayudaron a entrar en razón y humillarse. Probablemente le dijeron: "¿No querías curarte? ¿No viniste para eso? Si el profeta te hubiera impuesto una condición difícil, por ejemplo, pedirte una gran suma de dinero, tomar una medicina horrible o ayunar por siete días, ¿no le hubieras hecho caso? ¡¡Cuánto más si solo te dijo: 'báñate en el río'!!". El hombre recapacitó, dio media vuelta y se dirigió al río.

¿Qué sentiría y pensaría después de bañarse dos, tres y cinco veces sin sentir ninguna mejoría? ¿Seguiría bañándose dos veces más, o se daría por vencido, volvería a ofenderse y a regresar a su país? No. Siguió humillándose y obedeciendo, ¡y se bañó las siete veces! Entonces, su enfermedad desapareció. ¡Dio gloria a Dios y al profeta!  Y por supuesto, se sintió muy agradecido a la niña, que le había dado la clave para su recuperación. No conoció personalmente al profeta, no recibió la bienvenida que pensaba que recibiría, no tuvo que tomar ninguna medicina, no se le pidió que hiciera ningún ayuno ni ningún sacrificio doloroso. Simplemente se bañó siete veces en el río y quedó sano. (2 Reyes 5:1-19)

El clima tal vez era caluroso, y bañarse en el río resultaría además muy agradable. Pero una cosa resalta: No se hubiera curado si no se hubiera humillado ante Dios. No fue la niña quien lo curó ni tampoco el profeta, y no fue el agua del río ni ninguna poción mágica, fue solo el haberse humillado ante Dios. Por eso, a partir de entonces, se convirtió en un adorador del Dios de la niña. ¿Podemos imaginar cómo la abrazaría cuando regresara a su país, curado por fin de su penosa enfermedad?

¡Esa es la manera como Dios puede ponernos a prueba! Al principio pueden parecernos cosas malas o perjudiciales, eso de humillarnos y aceptar la disciplina. Pero si lo hacemos y nos sacrificamos sabiendo que la voluntad de Dios siempre procura nuestro bienestar, podremos ver más allá del dolor y las molestias pasajeras que podrían aparecer en el camino, y poner fe reconociendo que Dios nunca es malo, duro ni cruel cuando nos pide algo. Por ejemplo, dejar de fumar, dejar de emborracharnos, dejar de estafar, dejar de mentir, de aceptar sobornos y de robar, de odiar, de guardar rencor, de quejarnos, de excedernos en la comida o la bebida, etc. (1 Pedro 5:6-7)

Otro caso es el de el profeta Jeremías. Cuando Dios lo llamó a profetizar era casi un muchacho. Pero hubo un tiempo en que Jeremías se consideraba a sí mismo un incompetente para la labor de profeta. Por eso Dios tuvo que seducirlo o embaucarlo permitiendo que le sucedieran ciertas cosas que finalmente le abrirían los ojos y le harían reconocer que Dios no se había equivocado. ¡Jeremías era el hombre indicado! Por eso, Jeremías exclamó: "¡Me sedujiste!", y entonces reconoció por qué Dios había permitido que le sucedieran aquellas cosas. Finalmente reconoció que era un profeta verdadero. (Jeremías 20:7)

A veces Dios nos exige cosas que, a primera vista, pudieran parecer malas, solo para darnos cuenta después, de que se trataba de una prueba, en el sentido correcto de la expresión. ¿Acaso dejar de fumar es algo malo? ¡De ninguna manera! Por lo tanto, no es que Dios nos someta a prueba con cosas malas, sino que estamos tan cegados por Satanás que pensamos que, cuando nos quitan algo que nos hace daño, es una maldad.

Como dijimos al principio, Dios no nos pone pruebas malas, pero puede ponernos pruebas buenas que, superficialmente parezcan malas. Por ejemplo, es incorrecto, absurdo y satánico decir que Dios nos pone a prueba quitándole la vida a un ser amado, permitiendo que se incendie nuestra casa o dejando que un niño se ahogue en una piscina. Esas no son cosas buenas en ningún sentido. No tiene ninguna comparación con el caso de la enfermedad del militar mencionado al principio ni el de Jeremías. Para empezar, el militar ya tenía la enfermedad. Solo era cuestión de que se humillara e hiciera lo que le indicó el profeta, algo tan sencillo como bañarse en el río.

También podemos entenderlo al observar ciertas actitudes y reacciones de Jesús, quien no dependía de las fe de las personas para curarlas. Podía valerse de su propia fe como Hijo de Dios. Por ejemplo, cuando resucitaba a un muerto, ¿acaso exigía que el muerto ejerciera fe? No. De hecho, resucitó hasta al hijo no cristiano de un militar romano. ¿Acaso su hijo tuvo fe en Jesús estando muerto? ¿Y qué hay de la tormenta que Jesús calmó en el mar? ¿Acaso la tormenta tuvo fe? No. Fue Jesús quien tuvo fe y efectuó el milagro. No dependió de la fe del mar.

Pero a veces ponía a prueba a las personas para que manifestaran fe, de modo que la gloria por su curación no solo dependiera de la emoción, sino de la fe en Dios, de modo que dieran gloria al Padre. (Juan 11:42-44) Por ejemplo, dijo a un ciego: "Ve y lávate en el estanque", y el hombre fue al estanque, se lavó y fue curado. (Juan 9:1-7) En otro momento permitió que una mujer se atreviera a seguir insistiendo en pedir su ayuda, a pesar de que los demás querían impedírselo. (Mateo 15:21-28) En ningún caso los probó con cosas malas, sino buenas.

Por lo tanto, Dios nos pone a prueba, pero nunca con cosas malas, o que van contra su voluntad, sino con cosas buenas. Jamás enviaría un desastre natural, como una inundación o un tsunami o terremoto, ni promovería un asesinato, suicidio o accidente para que alguien razone que solo quería que los sobrevivientes recibieran una lección de amor. ¿Le daríamos una bofetada a alguien para que vea cuán amorosos somos? ¡¡Nada más incongruente!! Más bien esa sería la marca del enemigo de Dios, Satanás, el Diablo.

Por ejemplo, Dios tal vez espere hasta que comencemos a estudiar la Biblia seriamente antes de respondernos cierta oración. O tal vez espere hasta que adquiramos un buen fondo de conocimiento de la Biblia y nos demos cuenta de que no era correcto pedirle aquello. (1 Juan 5:14; Isaías 55:8-9). De seguro, si aprendemos a hacer la voluntad de Dios, aprenderemos lo que Él está dispuesto a darnos y lo que no está dispuesto a darnos. Él no está a nuestras órdenes. No es nuestra abuelita, que puede comprarnos todo lo que le pedimos. Tenemos que quitarnos la idea de que Dios puede hacer y darnos todo lo que le pidamos. Así no funciona la oración.

Si tenemos claro de qué maneras Dios puede probarnos, estrecharemos más nuestra relación con Él. Porque habremos quitado de en medio un tropiezo que había en nuestro entendimiento.
. . .